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Creció delante de Dios como un retoño,
    como una raíz en tierra seca.
No había en él hermosura o majestad
    como para que nos fijáramos en él.
No había en él nada atrayente
    como para que nos gustara.
La gente lo despreció y hasta sus amigos lo abandonaron;
    era un hombre lleno de dolores y conocedor del sufrimiento.
Y como alguien a quien otros evitan,
    lo despreciamos y no pensamos que fuera alguien importante.

Verdaderamente él soportó todos nuestros sufrimientos
    y cargó con nuestros dolores.
Aunque nosotros pensamos que Dios lo había castigado,
    golpeado y afligido,

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